sábado, 16 de junio de 2012

FUE UN INSTANTE APENAS

                             La casa donde nací relucía en su vejez. Mamá mandó embaldosar el jardín para que mi triciclo no arrastrara tierra a las habitaciones y determinó baldear el patio todos los días con jabón y lavandina. Conjuraba ácaros y bacterias.  Adentro dispuso que se limpiara desde temprano, con puertas y ventana abiertas, aún en  pleno invierno. En los recovecos de los zócalos no admitía pelusas. Prohibió hasta las chinelas al lado de la cama después de levantarse.
-¡Tampoco debajo! ¡Qué vergüenza si alguna visita se agacha a recoger algo o a atarse el cordón de los zapatos y las ve!
En el baño jamás un peine estuvo fuera del botiquín, ni una toalla descolgada del toallero.
-No apoyes la cartera sobre la mesa que viene de la calle. ¡Ese libro adentro de la biblioteca! El abrigo en el ropero y ¡bien cerrado! El paquete de comida ¡a la cocina! ¡Ya!
Mis padres murieron y pusimos en venta la casa. Hasta encontrar comprador vivió en ella un artista amigo. Me invitó a visitarlo. En la puerta me conmoví. Acongojada, lamenté haber ido. Casi me vuelvo.  Hice un esfuerzo y abrí con mis propias llaves.  Por todos lados, en los rincones, en las mesas, sillas y camas había ropa, libros, diarios y revistas, platos, cucharas, tenedores, cosas recicladas de la calle, plantas en macetas rebozando tierra, cepillos de dientes, galletitas, medias, calzoncillos, corpiños, tibieza. ¡Vida multiplicada al infinito!  Las paredes reían y gozaban, me abrazaron. Salimos al patio.  Anduve en triciclo por el jardín. Conversé con un escarabajo, atrapé un panadero y recogí un terrón compacto de barro que se desgranó sobre las baldosas.

                                    (Ecunhi. Julio 2011)

No hay comentarios:

Publicar un comentario