martes, 12 de junio de 2012

CORREO EXPRESO

                                    Cualquier semejanza con
                                                personas o hechos reales
                                                          es casual.

Embriagado de sol, escaldado de vino, va el viejo por la playa. Tararea una tonada de su pueblo. Lleva algún libro, fotos y una hoja de cuaderno quemada por el tiempo. Lo acompañan hijos, amigos, mujeres en séquito invisible. Ovilla y desovilla la memoria. Y un sombrero que se vuela lo protege. Se sienta en una roca. Espera noticias.
Mientras, un mensaje atraviesa el océano, cruza el estrecho y sigue la ruta de la corriente cálida. Con la mano en visera, el viejo, distingue la botella agitada en el oleaje. Al rato la ve estanca en la espuma de la orilla. Camina a recogerla. La abre y lee, lo reclaman.  Escribe la respuesta y la devuelve al mar.  Dobla un papel que trae el viento, forma con los bordes el velamen y el resguardo, pliega prolijo y estira las puntas. Armó su barco, el viejo.  Espera que baje el sol y se larga a navegar hacia su afecto.

                                                      
                                               Buenos Aires abril 2012

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