sábado, 16 de junio de 2012

COMO UN SOPLO

                                                        Es día de limpieza general. Puertas y ventanas abiertas, sillas patas arriba sobre la mesa, confusión, desorden.
El escobillón golpea algo duro bajo un mueble. Empuja, arrastra y asoma una bolsa de plástico anudada y cubierta de polvo.
Le paso el plumero, la levanto, me siento en el colchón, la apoyo en mi falda y desato el nudo.
Son cuadernos de la escuela forrados en papel araña azul con grandes etiquetas.
Giran en mis manos.  Leo:
“Composición: Los Mayores.”
“La gente grande de edad no entiende nada. Dicen que nosotros los chicos no tenemos que mentir y ellos lo hacen todo el día.”
“Yo no quiero ser así cuando sea mayor.”
Me veo con trenzas, cuando se iban a conocer la familia de un primo y la de su novia en un almuerzo preparado especialmente por mi mamá y la abuela...
¡Me permitieron comer en la mesa con los invitados! Y claro, también me hincharon con el comportamiento. ¡Ni los vasos, ni los platos, ni los cubiertos eran los de todos los días! Se venía una aventura genial, fabulosa.
Se sentaron como dos equipos de football, los del lado del hombre y los del lado de la mujer. Pero nadie jugaba.
Al rato me aburrí. Además la comida de muchos colores era medio agria y picante, no como las milanesas y las papas fritas.
Algo me parecía que no andaba bien en las rayitas de la camisa del novio.
-¡Esa camisa es del abuelo!- grité como en las adivinanzas.
La cara del muchacho se infló roja. Mi papá me apretó el brazo y dijo-“¡ Comé!”.
Me callé, aunque la buena conducta no prohibía hablar de la camisa del abuelo.
Me seguía aburriendo, hasta que mi mamá me pidió que fuera con ella a la cocina a traer el postre.
Justo cuando llegábamos las hormigas empezaban a comérselo. Estaban empantanadas  y ¡mi mamá metió la mano en la torta! para sacarlas. No un dedo, ni dos, ¡todos!. No lo podía creer. Quise ayudarla, pero me mandó llevar a la mesa del comedor las cucharitas, los platitos, las tacitas.  Yo igual veía lo que pasaba yendo y viniendo.
Por suerte había mas dulce de leche en la heladera y pudo tapar todos los agujeritos. Yo le alcancé el frasco de confites porque algunos se habían caído.
Cuando la pusimos en el centro de la mesa nos aplaudieron. Arriba tenía flores y corazones.
-Tengan cuidado- dije –porque estaba llena de hormigas.
De un brazo mi papá y del otro mi mamá me sentaron. Pero al rato se dieron cuenta que era mejor que  me dejaran ir a jugar. Eso sí, sin postre.
Guardo los cuadernos. Es día de limpieza general.

                                              (Junio 2009 ECuNHi)
                                                                

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