sábado, 16 de junio de 2012

FOTO DE FAMILIA

Alguien hizo una llamada.
A toda velocidad autos policiales y carros de asalto con agentes especializados, armas largas, cascos y escudos, tocan la sirena por las calles de un barrio donde los vecinos charlan, van y vienen, discuten, comparten.
Convergen, frenan de golpe, saltan afuera de los vehículos, asestan las ametralladoras. Irrumpen en una casa precaria de madera, violentándola.
La gente se esfuma.
Apenas se introducen escuchan el llanto de un bebé.
Sigilosos sin dejar de apuntar se mueven alrededor del desorden; rodean la basura, esquivan ropa tirada, sortean platos rotos, como si hubiera habido una pelea y el enemigo se encontrara aún dentro del lugar.
Un telegrama humedecido bajo un vaso volcado, escueto y cruel avisa el desalojo.
Sobre un sofá desvencijado una criatura de meses llora desconsoladamente, sucia y desabrigada. El escuadrón le apunta. Con tenaz obstinación sigue berreando y agita al aire pies y manos. Piden por radio una asistente social. En posición de ataque mantienen en la mira al masculino llorón hasta que llega la matrona.
Los tíos del pequeño que viven a pocas cuadras, no aceptan de buena gana la custodia del sobrino. Ya tienen tres hijos. Uno en brazos de la madre, otro agarrado a su pollera y el que recién empezó el colegio.
En el trabajo están “reestructurando”, según dice el patrón.
La ayuda mensual que van a recibir por albergar al niño no alcanza ni para leche. La asistente asegura que eso es lo que marca la ley en casos de abandono y desamparo. Les hace firmar unos papeles, les recuerda que el crío se llama José y sale apurada, no sea cosa que se arrepientan.
El tío anda buscando a su hermano con el chico a cuestas y una foto. Recorre bares, plazas y los espacios donde vive la gente de la calle.
Ayer lo despidieron. La inseguridad del futuro lo arrincona, agobia y menoscaba.
Una vieja se le acerca y acaricia al pendejito. Sonríen ambos sin dientes y sin callos en el alma. A cambio de unos pesos, lo que pueda para puchos, promete encontrar al de la foto.
Varios crepúsculos oscurecen la zona perfilando bajo un puente, junto a un bracero encendido, un cuadro familiar a la intemperie. El gurrumin lloriquea. El padre se moja el dedo en una botella de licor y se lo da de chupar para que se tranquilice. La mamá acomoda unos cartones en el suelo para prepararle la cuna. La vieja lo acaricia y canturrea.  

                                    (Junio2009. Ecunhi)

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