sábado, 27 de febrero de 2016

MONOAMBIENTE


Volví.
Entro y el viento del pasillo balancea la única percha en el placard vacío.
A pocos pasos el baño, la mancha de óxido atrás del inodoro sin tapa.
Lo recuerdo burlón, se reía y canturreaba:- “¿Para qué rechina si no hay letrina con alma blanca, dígame potranca para qué?”- Al ritmo de un aviso que sugería limpiar a fondo para mantener el amor del marido.  Se había encaramado a la tapa floja del inodoro, intentaba cambiar la lamparita. Se cayó. Casi se mata. Me asusté.
Al lado, la cocina, falta de aromas. Un corcho sobre la mesa, la heladera desenchufada y la canilla gotea.
En el piso, junto al zócalo, el colchón. Contra el empapelado que tiene la marca difusa de la foto, se apoya la silla y encima descansa mi valija cerrada.
Por el ventanal ramas desnudas entretejen formas geométricas hacia el cielo gris.  En el balcón plantas caídas, hojas y flores resecas. Un solo brote verde, aún erguido, me mira sediento desde su maceta. Lo arrimo bajo la canilla que gotea, tiembla.
- No tengas miedo – me dice el brote.

                                                                                 julio 2015 bn

                                                                               

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