sábado, 27 de febrero de 2016

EFLUVIOS

                                               
La señora era asistente social en el barrio donde vivo, me pidió que viniera a trabajar con ella y yo agarré viaje enseguida. Después me fui enterando de sus costumbres. Come poco y tiene la mesa de luz llena de frascos de remedios. El departamento es chico y oscuro, pero en las veredas de la zona se respira perfume. La ropa de la señora, una postura, se lava y se plancha. Pero usa ropa triste, blanca o beige, muy de vez en cuando celeste clarito.
Conocí a la madre, simpática la vieja, le gusta tomar mate, se sienta en la cocina, lo ceba y me convida. Nos pescó la señora, vió que nos pasábamos el mate y rezongó. Algo de bacterias, dijo.
El otro día entró doblada, una mano en la barriga y otra en la garganta, tiró sus cosas y de rodillas cayó junto al inodoro. Se vomitó todo la pobrecita, y por todas partes. Yo había lavado el baño y lo tuve que volver a lavar. Vino la madre para atenderla y me contó que de chica había sido muy delicada. Si caía un bichito de luz sobre la mesa, dejaba de comer; si metía la zapatilla en el barro, se bañaba y se mudaba entera y mirar la caca de perro la descomponía.
El médico le dijo que para que no se le altere el estómago, cambiara el lugar de trabajo. La repugnancia debilita y hasta cáncer le puede venir. Hay que apechugar y no ponerle cara de asco a todo.

                                                                            

                                                         ecunhi noviembre 2015 

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