La señora era asistente social en el
barrio donde vivo, me pidió que viniera a trabajar con ella y yo agarré viaje
enseguida. Después me fui enterando de sus costumbres. Come poco y tiene la
mesa de luz llena de frascos de remedios. El departamento es chico y oscuro,
pero en las veredas de la zona se respira perfume. La ropa de la señora, una
postura, se lava y se plancha. Pero usa ropa triste, blanca o beige, muy de vez
en cuando celeste clarito.
Conocí a la madre, simpática la
vieja, le gusta tomar mate, se sienta en la cocina, lo ceba y me convida. Nos
pescó la señora, vió que nos pasábamos el mate y rezongó. Algo de bacterias,
dijo.
El otro día entró doblada, una mano
en la barriga y otra en la garganta, tiró sus cosas y de rodillas cayó junto al
inodoro. Se vomitó todo la pobrecita, y por todas partes. Yo había lavado el
baño y lo tuve que volver a lavar. Vino la madre para atenderla y me contó que
de chica había sido muy delicada. Si caía un bichito de luz sobre la mesa,
dejaba de comer; si metía la zapatilla en el barro, se bañaba y se mudaba
entera y mirar la caca de perro la descomponía.
El médico le dijo que para que no se
le altere el estómago, cambiara el lugar de trabajo. La repugnancia debilita y
hasta cáncer le puede venir. Hay que apechugar y no ponerle cara de asco a
todo.
ecunhi noviembre 2015
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