miércoles, 18 de febrero de 2015

Revancha

                                                      

COMPETENCIA MUNDIAL DE NATACION

Suben al helicóptero los periodistas
para cubrir el encuentro deportivo.
A ver quién sale campeón
apuestan varios países.
Desde arriba la pileta
es una palangana con burbujas,
el público en las gradas
apenas puntos de colores.
En primer plano,
en el momento que va a lanzarse del trampolín,
el culo de un nadador con varios galardones.
Encienden las filmadoras,
gatillan las cámaras,
una araña se asoma entre las grietas de la madera
camina hacia el talón del deportista,
al demonio con el atleta invencible
y las velas que le prendieron. 

Se concentra en un hotel de primera categoría la estrella olímpica de natación.  En la cocina de la suite trabaja largo y tendido su ayudante. Le pesa los gramos de ensalada permitida, le hierve algas deshidratadas ricas en fósforo y potasio para acompañar la ingesta sin agregarle sal y de postre prepara gelatina light de sabores combinados.
Envuelto en una toalla, hace flexiones en la sala de entrenamiento de la suite, Andrés Asdrúbal III; hijo y nieto de nadadores premiados internacionalmente por sus notables desempeños en los ríos más profundos y anchos del mundo. Cuando en aguas del deshielo, a fines del siglo pasado, se había empezado a congelar el abuelo, sus rivales le tantearon los talones, pero no pudieron bajarle las medallas; chapoteando y pataleando, Andrés Asdrúbal I se mantuvo, y sobre el lomo de un pez gigante, avanzó hacia aguas templadas. Quienes quedaron agarrotados en la vegetación costera cubierta de nieve fueron sus rivales. A la postre, AAI obtuvo el galardón a su osadía y destreza.
Invicto en piletas domesticas, Andrés Asdrúbal II, patentó el agua tibia aclorhídrica para los recién nacidos, cuando se casó con la que sería la madre de su hijo, Andrés Asdrúbal III; que en este preciso momento, después de su flexión número cien, transpira y abre la ventana de la sala de entrenamiento.
-¡Eduardo!- Llama con desesperación.
El ayudante acude presto, sin siquiera sacarse el delantal ni el gorro de cocina.
-¿Qué pasa?
- ¡Una araña! Sacámela ¡ay! Sacámela, sacámela.
-  No puede ser Andy, que al conquistador del Grand Prix, lo asuste una arañita.
- Lo sé, Edu, lo sé. Pero por favor no lo cuentes. Son tan crueles el público y los periodistas.
- Si lo sabré yo. Voló tu enemiga, voló por la ventana.

Vuelve a la cocina Eduardo y recuerda a su propio abuelo. No tuvo suerte cuando compitió contra Andrés Asdrúbal I. Atrapado entre las redes que unos pescadores borrachos tiraron fuera del sector correspondiente a las sardinas, quedó el viejo, eliminado de la competencia. A buen seguro que él nunca se hubiera asustado de una araña. Ya tendría más de diez años, por esa época, Eduardo, y el abuelo lo entrenaba. Aunque los padres querían que fuese médico, apenas a nutricionista llegó el joven. Después de recibirse y en cuanto se enteró que AAIII necesitaba quien se ocupara de la alimentación durante las competencias, se presentó y ganó el cargo.

La mucama empuja el carrito para artículos de limpieza y ropa blanca; entra a la suite, choca la mesa ratona y vuelca el florero de cristal. Al oír el estruendo se asoma Eduardo, ve que nada se rompió y regresa a sus quehaceres. Con la mucama, Edu, mantiene una relación ambigua. El último fin de semana la invitó a bailar, porque Andy se había ido con un amigo y él quedó solo en el hotel.  A la boîte más cara se le ocurrió ir a Concepta, pidió el plato más exótico, frituras con salsas espesas; de sólo mirarlo a Eduardo le provocaba opresión en el estómago, y cuando él marchito, le sugirió que pasaran la noche juntos, ella se negó.
-¿Todavía no terminaste con el pastito permitido?
-Esto es comida balanceada.
-Dale unos buenos bifes jugosos a tu patrón y vas a ver como gana todas las competencias.
- Seguí con tu trabajo, querés.
- Estoy esperándote para empezar por la cocina.
- Empezá por el baño, andá.
Concepta tira un balde de agua jabonosa en el inodoro y abre el botiquín para repasar los estantes; se le cae una caja mal cerrada sobre el lavamanos y se desparraman unos muñecos de plástico, de los que vienen en las envolturas de los chocolatines.
-¡Oia! Tiene toda la colección. ¿La viste Eduardo? ¿Me podés dar los que le faltan a mi hijo?
- ¿Qué pasa ahora?- Pregunta Eduardo desde la cocina.
-Mirá, estos tres ¿me los regalás? que mi hijo no los tiene.
-¿Qué es eso?
- Los muñequitos que vienen en los chocolatines, yo también se los compro a mi nene.
- ¿De dónde los sacaste?
- Del botiquín del baño, se cayeron.
-¡Dámelos!
- Avinagrado, ni una criatura te enternece.
Eduardo le arranca los muñequitos, se mete en la cocina y da un portazo. ¡Lo está engañando! ¡Come chocolate no permitido! Le dan ganas de metérselos entre la lechuga y la radicheta, así se atraganta con su propia mentira. Pero oye que AAIII ya terminó de entrenar, está hablando amigablemente con La Conce y los guarda en el bolsillo. En una bandeja acomoda los cubiertos y el jugo, en otra la comida en un recipiente térmico, y sobre la mesa el individual de bambú. Le avisa que el almuerzo está listo, que pase a degustarlo cuando tenga voluntad y sale.

A pocas cuadras la ciudad anda a sus anchas y le abre paso. En la raíz de un árbol de la plaza se sienta Eduardo. A saltos de mata, como entre copas, se le acerca una araña. Tal vez esté buscando a la que tiró por la ventana mas temprano, quizá eran amigas, vaya uno a saber. Sube y baja las patas, teje una red con su baba; enlaza el hilo en el tronco del árbol y con descaro, sin pedir permiso, la araña ata la otra punta en la zapatilla de Eduardo. Al rato se le duerme el pie envuelto en la tela. Rompe el cerco, se levanta y camina. Endereza hacia una pileta donde suele ir a entrenarse cuando su ánimo muerde el polvo; siempre a la chita callando por las habladurías. Hace unos cuantos largos, flexiones en el borde y estiramientos sobre una barra. Con el pelo húmedo sale a la calle. En una ochava entre dos diagonales, bajo un cartel que dice “chascos”, la ve, y sin caer en la cuenta se queda mirándola. Hasta que desata el rollo del argumento y la memoria. Entra, pregunta, la sopesa y manipula; la compra. Peluda y negra es su araña.
Llega al hotel y en la boutique de moda elije el vestido de margaritas azules, el que Concepta miraba como embobada, la otra noche cuando salieron. Lo pide envuelto en papel de seda, con un gran moño rosado y dentro de una bolsa con el nombre de la boutique: “Pretty Girl”. Así, como un sol con alfileres, se lo regala a La Conce, y le da, para su hijo, los tres muñequitos de los chocolatines que le faltaban en su colección. Por ese vestido ella perdía el sueño. Ahora si a Edu le parece, si tiene deseos de su piel bronceada… ¡claro que sí! a la noche van a  encontrase, la necesita.
Casi se diría que parecen felices, aunque no es Eduardo hombre de corazón tierno, ni Concepta un caramelo de dulce de leche. Parte de sus vidas se cuentan en la cena: -Probá mi ensalada.- y se la pone en la boca. -¿Pedimos otra botella?- y el vino los mueve a ser compinches.
Como al pasar, menciona Edu, el frasco de cápsulas en el botiquín; para la depresión, se las había recetado a Andy, el deportólogo y el comité las permite.  Si quiere ganarse unos garbanzos más, sabe Concepta, que en soledad se va a trasmano.
-¡Por aunar esfuerzos!- Brinda Eduardo y levanta su copa La Conce. -¡Qué sea pronto!
 De todos modos puede suponerse, sin sobra ni falta, que si pasaron una buena noche arrimarán el hombro.

Al otro día en la pileta olímpica del hotel, Andrés Asdrúbal III, frente al Comité de Evaluación Acuático, presenta su show, con invitados especiales y público diletante. Tendrá que mantener o superar su propia marca del Grand Prix, para quedarse con el título de campeón. 
Sobre la pileta se encienden las luces. Parsimonioso, saluda en salida de baño AAIII, sube las escaleras del trampolín. Atento Eduardo, bajo el tablón, mira por las rendijas los pies de Andy. Concepta aguarda, en su vestido de margaritas azules, por fuera del haz de luz, donde Edu le dijo que se ubicara. Tiene instrucciones precisas: asistir a AAIII. Filman los periodistas desde un helicóptero que atruena. Los fanáticos de la natación de todo el mundo se excitan frente a la pantalla. En el momento fatal, en medio de la escalera, AAIII deja deslizarse su salida de baño como lo hacían las soberbias actrices de los años veinte; enlaza Eduardo un hilo, lo estira, y se asoma entre las grietas de la tabla, una araña. Es la negra y peluda de la casa de los chascos. No grita AAIII. Aterrado se arroja por las escaleras y Eduardo las trepa. Concepta ataja a Asdrúbal, lo sostiene. Él se ahoga, sufre taquicardia, ella lo abriga y por la zona oscura del parque se lo lleva a la suite. Nadie presta atención a las figuras que se alejan en las sombras. Sobre el trampolín, bajo los focos directos, Eduardo corona el saludo. En la punta de la tabla salta hacia el cielo, se abraza las rodillas contra el pecho y en una vuelta carnero doble se zambulle. Cuando llega a la meta, el Comité de Evaluación, verifica que Eduardo Edratis superó en nueve segundos a Andrés Asdrúbal III. Así, el show continúa.

                                                                 noviembre 2014


                                                                                         

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