I
La
bala viene. Echo la columna hacia atrás en ángulo recto. Los brazos aletean, me
sostienen contra el piso. Zafo, vuelta carnera al revés y me pongo de pié.
Empuño
la invisible lapicera láser. Introduzco su rayo en el idioma, revuelvo,
rebusco, recreo, reescribo. Hago un bollo con la hoja y la tiro al cesto.
Pienso
de nuevo. La bala viene, columna atrás, aleteo, vuelta carnero, de pié empuño,
escribo. Pienso. Bollo, cesto. Bala, columna, carnero, empuño, escribo. Pienso,
bollo, pienso, escribo…
II
Marcha
el móvil, filtra una estela de luz, avanza, toca y sigue, máxima aceleración.
Hay vértigo en los postes del alumbrado: el ímpetu los arrebata, los arranca de
cuajo y se vuelcan, horizontales, en el aire. Ya nunca serán testigos de ajenas
alegrías, quieta vertical hundida en la vereda. En la oscuridad de la noche
corren sus propias andanzas por la estela, en traje de fiesta iluminado.
III
La
tormenta está lejana, retoza el invierno, remolino, hojas a los tumbos. Se deja
llevar por el viento, desanda el espacio hacia atrás, enlaza formas conocidas.
Rodea la casa con jardín, vuela alrededor. La calle de tierra es una cinta
árida que lo ata y lo desata, y se vuelve río sonoro contra las piedras. La
rama baja de ese árbol, esa tarde puro cielo, y ellos jugando en el pasto de la
orilla. Todo va retrocediendo.
Las
primeras gotas de lluvia rellenan las pisadas, borran rastros antiguos. Se va
la casa, la calle, el río. El regresa empapado por la orilla.
Ecunhi junio 2013
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